lunes, septiembre 8, 2025
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La libertad de ser libre, por Nestor Oscar Bueri

Cuando la libertad nos daba permiso, el primer error era dejar de ser libres. Uno de los principales motivos por los que dejaron de existir los potreros y las canchitas del barrio, es esa sensación cierta de inseguridad que impone una sociedad que crece en cantidad y en necesidades buenas y malas.

Jugar a la pelota en la calle o en la vereda era simular un juego con las limitaciones que eso imponía. Las baldosas cortas con bajada a la calle, el agua podrida de los cordones, el asfalto raspador como una lija, la imaginación de arcos con ropas, latitas, ramitas, un portón o un par de árboles vecinos. Todo simulaba un estadio de fútbol.

Cuando recién había empezado la escuela primaria, los “Sacachispas” ya estaban gastados. La calle lijadora mezclada con el agua sucia, había hecho su corrosión y esos cordones blancos que superaban la altura de las rodillas, ya eran marrones, despeluzados y difícil de embocar en los agujeritos para ajustar.

Mi tía Lidia me llevaba a la pileta del antiguo “Club Dálmine”, también fuimos a ver una carrera de autos bajando la barranca y creo que ahí debe haber sido la primera vez que veía una cancha de fútbol verdadera. No sé cuándo fue, no sé en qué momento, pero un día descubrí la cancha “Reformer”.

Siempre fui petiso, pero a mis siete años había sobrepasado la mesita de luz. Con esa edad caminaba solo las siete cuadras que me separaban de semejante estancia para jugar a la pelota. Con sus arcos de madera en forma de cubo, las áreas se marcaban con el filo de la zapatilla, poco pasto, ripio y piedra. La cancha que solo podían utilizar los socios del Club, invitaba a la travesura sana de colarse. Un arco daba a una barranca y el otro que daba a la calle, solo un racimo de plantas y un alambrado ya oxidado y roído por tantas coladas, hacían caso a lo que dice mi amigo el “Tito”: “Caminabas cerca, te caías y ya estabas adentro. No había necesidad de colarse.”

Éramos infantes cuando mis amigos y yo caminábamos cuadras y cuadras para jugar, cuando los nervios por esa entradera exitosa nos dejaban ojos chispeantes de aventura y complicidad. Hoy un niño es muy difícil que cruce la calle solo, son pocos los que hacen mandados a la madre, la sociedad creciente en innumerables formas, nos obliga a la frase “avísame cuando llegues”.

Hoy a la “Reforme” la cruza una bajada asfaltada con prolija marcación, de un lado una cancha de Rugby, del otro te hacen multa por mal estacionamiento, una pista de atletismo esconde las ruedas de un ganador que no se le ve el número y unas rejas de alto costo encierran el juego seguro. Hoy los niños van y vienen con sus padres tomados de la mano, incluso algunos se quedan a esperarlos a que terminen con su juego.

El mismo miedo incluye la misma falta de libertad. Para jugar a la pelota con los amigos había que andar en la calle solo, recorriendo y caminando cuadras, en la misma calle que hoy los mantiene alertas, que les corta alas de investigación y los obliga a la prisión preventiva por una causa que no buscaron. Nadie nos enseña a vivir, la vida es una improvisación diaria y esa declaración del cuerpo transformado en miedo hace imposible que la libertad nos siga dando permiso para ser libres.

Hasta La Próxima
Nestor Oscar Bueri, Psicólogo Social

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