La fundadora del Colegio Austin, reflexionó con 2804 Informa sobre los nuevos desafíos que enfrenta la educación ante la aparición de nuevas tecnologías. Con una apuesta por el trabajo emocional, Cossini desafió los modelos tradicionales y construyó una comunidad educativa basada en la empatía, la creatividad y el aprendizaje significativo.
Cuando María Eugenia Cossini imaginó el Colegio Austin, no pensó en un edificio ni en pizarrones nuevos. Pensó en una escuela diferente. En un espacio donde los chicos pudieran aprender desde la curiosidad, desarrollar su autonomía y sentirse parte de una comunidad que los abrace. Hoy, más de veinte años después, esa visión no solo se concretó, sino que se convirtió en un modelo que cambió la forma de entender la educación en Campana.
Su historia no comenzó con un gran plan empresarial ni con una herencia familiar. Comenzó en las aulas, como docente. “Soy hija de la escuela pública, y esa experiencia me marcó profundamente. Vi el valor del compromiso, pero también las limitaciones de un sistema que a veces no se anima a cambiar”, recordó Cossini en una entrevista que mantuvo con 2804 Informa. Esa inquietud, que en un principio fue apenas una incomodidad, se fue transformando en una convicción: la educación necesitaba reinventarse.
Tras años de docencia y luego de ser mamá, sintió que había llegado el momento de dar un paso más. “No quería seguir repitiendo esquemas que ya no funcionaban. Quería crear una escuela donde los chicos pudieran ser ellos mismos, donde aprendieran no sólo contenidos, sino también a pensar, a sentir y a convivir”, remarcó. Ese sueño tomó forma en el Colegio Austin, un proyecto que nació pequeño pero con una idea enorme: cambiar el paradigma educativo.
El camino, claro, no fue fácil. Hubo quienes la miraron con desconfianza cuando propuso un modelo bilingüe y con metodologías activas, mucho antes de que se pusieran de moda. “A veces, innovar en educación es casi un acto de rebeldía”, dice con una sonrisa. Pero detrás de cada decisión había una certeza: “El mundo cambia y la escuela no puede quedarse atrás”.
Durante nuestra visita, Cossini nos hizo recorrer el establecimiento educativo con la misma pasión con la que habla de su vocación. Pasamos por el jardín, la primaria, la secundaria, el gimnasio y el comedor, espacios que transmiten calidez y movimiento. Pero la recorrida culminó en lo que ella define como su “lugar preferido de toda la escuela”: los talleres del Austin Arena. Allí, los alumnos participan en propuestas optativas que reflejan la esencia del proyecto: Desing Lab, Media Lab y Visual and performing Arts Labs, entre otras. En esos espacios, los chicos experimentan, diseñan, crean y ponen en práctica habilidades que van mucho más allá de lo académico. “Acá los chicos se animan a hacer, a probar, a equivocarse y a volver a intentar. Eso también es aprender”, explicó Cossini.

En el Austin, la enseñanza se organiza por proyectos, se prioriza la comprensión por sobre la memorización, y los vínculos humanos tienen tanto valor como las materias académicas. “Nos propusimos construir una escuela donde la emoción también tenga lugar. Porque sin emoción no hay aprendizaje”, sostuvo con una mezcla de convicción y ternura.
Esa mirada integral la llevó a incorporar programas internacionales, como los del Proyecto Cero de la Universidad de Harvard, que promueven el pensamiento visible y la creatividad como herramientas para el aprendizaje profundo. “No se trata de copiar modelos extranjeros, sino de entender que el conocimiento hoy es global. El desafío es adaptar esas ideas a nuestra realidad, a nuestras familias, a nuestros chicos”, aseveró.
Con los años, el Colegio Austin se convirtió en un verdadero laboratorio pedagógico, donde se ensayan nuevas estrategias, se investiga y se comparte conocimiento con otras instituciones. Esa vocación por abrir caminos derivó en la creación de una fundación que trabaja en la capacitación de docentes y en la transformación educativa en distintas provincias del país y en Latinoamérica. “Cuando empezamos, solo queríamos hacer bien las cosas dentro de nuestra escuela. Pero descubrimos que podíamos ayudar a otros a animarse también. Cambiar la educación es una tarea colectiva, no individual”, afirmó.
Cossini insiste en que el secreto del Austin no está solo en su propuesta académica, sino en la construcción de comunidad.
“La escuela no puede ser una isla. Necesita de las familias, de los docentes y de los chicos para crecer. Cada uno aporta algo esencial”, afirmó. En tiempos en que los vínculos parecen cada vez más frágiles, su apuesta es volver a tejer redes de confianza. “La violencia, la desmotivación o la frustración no se resuelven solo con disciplina o tecnología. Se resuelven con escucha, con acompañamiento, con empatía. La educación tiene que volver a ser un lugar de encuentro”, sostuvo.

Hablar con Cossini es entender que para ella la innovación no es una moda, sino una forma de estar en el mundo. En sus palabras, la educación no puede seguir formando para el pasado. “Los títulos ya no garantizan nada. Lo que importa es que los chicos aprendan a pensar críticamente, a resolver problemas, a adaptarse y a trabajar en equipo”, aseguró. En el Austin, los alumnos aprenden desde la experiencia, exploran nuevas tecnologías, pero también dedican tiempo a proyectos sociales y ambientales. “No queremos sólo buenos estudiantes. Queremos buenas personas”, resumió.
A su mirada visionaria se suma un fuerte compromiso con el presente. “La inteligencia artificial, la automatización y el acceso a la información van a cambiar todo, menos una cosa: la necesidad de educar en valores humanos. Esa será siempre nuestra tarea”, afirmó con seguridad.
Hoy, al mirar hacia atrás, Cossini reconoce que aquel impulso inicial —ese deseo de hacer una escuela diferente— se transformó en una red viva de aprendizaje. “Lo más lindo es ver a los chicos crecer, ver cómo se animan a pensar distinto, cómo cuestionan, cómo crean. Ahí te das cuenta de que valió la pena”, dijo. Su historia es la de una mujer que creyó en la posibilidad de cambiar desde la educación, que desafió los límites y que logró que una idea nacida en el corazón de Campana se proyectara más allá de sus fronteras.
Porque, como dice Cossini, “enseñar no es repetir lo que otros hicieron; es animarse a imaginar lo que todavía no existe”.



