martes, octubre 28, 2025
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Vivir en el exterior Por Ignacio García

Por Ignacio García

Comunicador cultural. Lic. en Relaciones Públicas y Máster en Management of Performing Arts.

Vivir en otro país es romantizar mucha experiencia o por lo menos vivir de fantasía un rato, escapando de la rutina o quizás de los problemas o personas que nos hacen, en algún momento del día, querer largar todo al demonio y escaparse con una valija que siempre debe estar hecha junto al televisor, en caso de que haya un golpe de Estado – como cuenta la anécdota del padre de un amigo mío-.

Lo hermoso – y a su vez terrible- de las ilusiones es que uno las forja a gusto y piacere, las arma y desarma, las ensambla, como si fueran esos Legos o ladrillitos que teníamos cuando éramos chicos, donde por lo menos yo terminaba siempre haciendo una columna con todos los colores de las piezas mezclados, pero nunca una casa, un barco, o quizás un hombrecito desproporcionado. Y ni hablar de intentar copiar algún dibujo que venía en la caja del juego.

Las artesanías nunca fueron lo mío, jamás pude dibujar un círculo y llegó al cuadrado con varias dificultades y muchos trastornos, ¿Así que por qué iba a suponer que podía hacer un castillo con Legos? Pero esa no es la cuestión.

Estas ilusiones cada uno de nosotros las va conformando con partes que va obteniendo mientras vive, disfruta y se equivoca, o se roba de lugares que visita inclusive de otras personas (esas que uno secretamente odia porque tienen todo lo que a uno les falta, carisma, simpatía, o en mi caso, altura).

El caso es que las ilusiones son completamente subjetivas porque cada uno las arma como quiere o puede, si bien uno podría suponer que todas son diferentes hay algunas que extrañamente tienden a parecerse, como si las muy desgraciadas tuvieran vida propia y decidieran autoconvocarse por algún elemento en común, una de esas ilusiones es quizás el “vivir afuera” o como “afuera” a veces le dicen: ser un expat; o sea, un expatriado.

Ojo, no hablo de que esa sea la ilusión de todo el mundo (como también siempre digo que el vivir en otro lugar – afuera- no es para todo el mundo; pero esto no lo digo desde el pedestal del esnobismo, sino que simplemente ese anhelo no lo tiene todo el mundo. Simple, quizás crudo, pero claro.

Algunos lo tendrán de manera orgánica, otros como elemento aspiracional, otros lo tendrán porque el algoritmo de Instagram ya les lavó la cabeza y los convenció de que así es la cosa y hay otros que sencillamente no les interesa, no les “mueve la aguja”, gente que quizás su ilusión sea tener una casa en la playa, o un televisor de 80 pulgadas, o de que las facturas de los servicios lleguen con su nombre bien escrito y en tiempo y forma.

Pero cómo pasar del “si viviera afuera iría todos los días después del trabajo a H&M” a trabajo en negro en Uber Eats ¿porque no tengo papeles? Ese es quizás el primer problema con estas ilusiones y una trampa psicológica que muchas veces charlé con mi psicóloga: el error está en imaginarse allá exactamente igual que acá. Eso en realidad no sucede, porque si no todo sería muy fácil y nos estaríamos quejando de otras cosas.

Esa ilusión uno la crea desde la comodidad de su casa, desde más o menos una seguridad y una zona de confort que podemos manejar, pero el “vivir afuera” es exactamente lo opuesto.

Enfrentarse todos los días a desafíos, problemas, inconvenientes, injusticias que pueden pasarte por “sudaca”, indocumentado o improvisado, aunque creamos que los argentinos son los más piolas de toda la sociedad occidental desde la invención de la rueda a esta parte y que tendremos éxito en cualquier circunstancia, ese es el segundo problema, creer que porque donde vivimos estamos cabeceando balas todo el tiempo o que no haya un día que el subte no se retrase o surja un nuevo impuesto que contradice otros impuestos que venían a modificar antiguos impuestos volviéndose todo una maraña de impuestos y confusión.

¿Nos adaptamos? Sí. ¿Tenemos inventiva? También. ¿Somos los más vivos de todos y estamos condenados al éxito.? Ni por asomo.

El tipo que está sentado al lado tuyo en el transporte público del primer mundo o en un café en alguna capital europea, fantasea igual que vos con escaparse de todos los problemas y buscar un mejor lugar donde vivir (salvo que sea un noruego o finlandés, esos sí están salvados, si zafan del alcoholismo, claro está). Ese, amigos, es el tercer problema; el famoso “el pasto del vecino es siempre más verde”.

Entonces la pregunta que surge es: ¿Somos todos infelices? Posiblemente, pero lo más importante es saber que en todos lados tenemos más o menos, los mismos problemas, o cómo dice el viejo dicho “en todos lados se cuecen habas”.

Esa fue una de las primeras cosas que más me impactó cuando me fui y creo que es uno de los aprendizajes que más me sirvió desde hace ya más de 4 años, y es el que quizás te daría si me cruzás por la calle.

Cuando llegás a un nuevo país, estás embobado con cómo las cosas son tan diferentes desde donde venís (y por diferente todos entendemos moral y estéticamente superior), pero poco a poco, a medida que dejás de ser turista y vas convirtiéndote lentamente en un emigrado empezás a ver los matices de las cosas.

Si tenés suerte, te reís de los problemas de los que se quejan tus nuevos “vecinos” y pensás que estos tienen la vida resuelta y se quejan de lleno, si tenés menos suerte te abrazará la desilusión y creés que todo es lo mismo o que “a vos no te sale una” porque justo fuiste a parar a un país con más problemas que la familia Suller y Rial juntos.

Ni todo es tan blanco ni todo es tan negro como uno lo ve, son las pequeñas diferencias lo que a veces hacen que tu estadía en uno u otro lugar sea más ameno o directamente tortuoso. Y de esas diferencias uno no sale indemne, por más que haga una impostación de “a mí esto no me afecta”. El entorno te afecta, te moldea, te cambia inclusive a veces de manera consciente – como aquellos que escapan de una personalidad anterior, otras veces, uno cambia de manera inconsciente y es cuando poco a poco se va fundiendo con su nuevo destino.

Pero todo lo dicho hasta aquí es para llegar al quid de la cuestión: El irnos nos pone delante a una pregunta inicial que yo personalmente todavía sigo tratando de responder: ¿Aprendemos a ser otro – como un dopplengänger de nosotros mismos – o seguimos siendo nosotros, pero en una versión aggiornata, una versión evolucionada de nosotros mismos más allá de las fronteras geográficas que nos definieron anteriormente?

Ese es quizás el primer gran desafío personal que tiene cada uno cuando decide “irse” o convertirse involuntariamente, en “ex – pat”.

¿Quién querés ser allá? Las posibilidades son infinitas, así como los errores y los aciertos que conlleva esa decisión. Pero, así como todo esto puede sonar quizás a un gran panfleto pro-emigración también les dejo una pequeña advertencia que se la oí a otro emigrado fuera de su país: no importa cuán integrado uno esté, cuanto mejor o peor hable el idioma, cuánto más o menos tradiciones haya adoptado de su nuevo lugar, uno en el fondo siempre será un extranjero.

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