Lleva muchos años formando artistas, escribiendo historias y haciendo del teatro una forma de vida con mucho compromiso y vocación. Director, docente y soñador incansable, celebra el crecimiento de la cultura local y la pasión que lo acompaña desde siempre.
Apenas entramos al Teatro Municipal Pedro Barbero, Gustavo Dappiano aparece rodeado de abrazos, risas y un bullicio alegre. Son sus alumnos del Taller Municipal de Teatro y Comedia Musical, quienes lo reciben con el mismo entusiasmo con el que él los espera. Ese clima de afecto resume en pocos segundos lo que Dappiano ha construido durante más de tres décadas: una vida dedicada al arte, al teatro y, sobre todo, a los sueños.
Dappiano coordina el Taller Municipal de Teatro y Comedia Musical, que ya lleva más de diez años formando actores y actrices, y también dirige Mediomundo Teatro, su propia productora con la que trabaja en Campana y en distintas ciudades. Entre ambos espacios reúne a más de cien alumnos y artistas. Para él, enseñar y crear son dos caras de la misma pasión: “El teatro me dio tanto que siento la necesidad de devolverlo formando nuevas generaciones”.
“Mis inicios fueron en la escuela secundaria. Teníamos un profesor de literatura que para mí era el anti-profesor porque nos decía: ‘Tenemos que leer el Martín Fierro, pero ¿qué pasa si lo traemos a la actualidad?’ Eso te permitía un proceso creativo distinto. Un día surgió la posibilidad de hacer “La isla desierta” de Roberto Arlt, la presentamos en el anfiteatro de la UTN y creo que ahí sentí el click: mi vida tiene que ir por este lado”, recordó.
Desde aquel momento, Gustavo supo que su destino estaba ligado al arte. Empezó a formarse en teatro en Campana hasta que, en los años noventa, llegó a estudiar con Alejandra Boero en Capital Federal. “Ella me cambió la cabeza. Fue quien me hizo decir ‘esto es lo que quiero para mi vida’. Y justo en ese tiempo llegó mi primera oportunidad grande: trabajar con ella en “Sopa de pollo”. Fue mi debut profesional, y nada menos que con mi maestra”, aseguró.
Su historia se divide en dos: antes y después del teatro. “El teatro me dio la posibilidad de socializar, de conocer más gente, de jugar”, dijo. Y en ese juego encontró también la escritura. “Un día me dijeron: ‘Empezá a escribir porque sos muy quieto como actor’. Y ahí apareció otra veta. En el ’93 subí por primera vez al escenario del Barbero con una obra escrita por mí. Fue un momento muy fuerte”, aseguró.
El Teatro Pedro Barbero es como su casa. Desde hace más de tres décadas, Dappiano lo habita y lo llena de vida junto a sus elencos. Por eso, la gran obra de infraestructura que lo renovó por completo fue motivo de emoción y orgullo: “Fue increíble ver cómo se puso en valor un espacio tan importante para la ciudad y para quienes lo amamos. Hoy el Barbero tiene una sala moderna, cómoda, con equipamiento técnico de primer nivel, pero sin perder su esencia. Es hermoso ver cómo crece y se renueva, porque eso también impulsa a seguir soñando desde el escenario”.
Además de dirigir, enseñar es una parte esencial de su vida, y sobre eso remarcó que “le doy muchísimo valor a la formación. Hay gente que empezó conmigo y hoy estudia cine, actuación, diseño de imagen y sonido. Eso me llena el alma, porque siento que uno siembra una semilla que después prende. A veces influimos en la vida de alguien sin darnos cuenta”.
Pero más allá de lo técnico, hay algo que busca dejarles a todos: “Que nunca dejen de soñar. Con el ritmo de vida que llevamos, a veces nos olvidamos de lo que queremos, ya sea porque no alcanza el dinero, falta tiempo, hay mucho trabajo… y ahí nos vamos apagando. Yo siempre les digo que frenen un ratito y piensen en su sueño. Porque lo único que nos vamos a llevar son las experiencias vividas y los sueños cumplidos, además de ser lo que nos mantiene vivos”.
Aunque su formación fue en el drama, Dappiano se dedica a la comedia y el humor: “Para drama ya tenemos el resumen del banco, la luz y el gas”, dijo entre risas. “Cuando uno va al teatro, quiere disfrutar, reírse, verse reflejado en cosas cotidianas. Nosotros representamos la realidad, y reírnos de ella también es sanador”.
Según nos contó, dirigir es estar en cada detalle: el vestuario, la iluminación, las coreografías, los guiones, la puesta de luces. “Todo importa, porque el teatro es un trabajo colectivo. Pero nada se compara con el aplauso. Cuando escuchás las risas de los chicos, cuando participan, ahí decís ‘mi laburo estuvo bien hecho’. Ese momento lo vale todo”, ponderó.
Detrás del director y del docente está también el Gustavo locutor. “Soy locutor nacional y productor integral de radio y televisión. Desde chico jugaba a hacer radio y televisión. En la escuela les decía a mis profesores que iba a trabajar en los medios… y hoy, cuando me los cruzo, me dicen: ‘Vos lograste lo que querías’. Trabajo en la radio de la UTN hace 15 años. Soy la voz de Radio Studio. Me considero un agradecido, porque me dedico a lo que me gusta y para lo que me formé”.
Sobre los proyectos que vienen, se guardó los detalles “por cábala”. Solo nos adelantó que trabaja en la puesta de “Mamma Mia!” y en la muestra de fin de año, donde los tres niveles del taller —niños, jóvenes y adolescentes— subirán al escenario del Teatro Pedro Barbero. “Son más de 80 alumnos, y eso sin contar los de Mediomundo. Es un orgullo enorme.”
Al mirar hacia atrás, Gustavo hace un balance lleno de gratitud. Recuerda con cariño cada producción: Peter Pan, Hércules, El Rey León, Encanto, Sueños robados, Recuerdos mágicos, Aliadas de tu corazón. Todas con un hilo conductor claro: el poder de soñar.
“Cada obra es un desafío desde que la imagino hasta que se materializa. Hay un abismo entre el primer ensayo y la primera función, y otro entre la primera y la última. Pero ese recorrido es lo más hermoso, porque en el camino crecemos todos. Muchos chicos que empezaron conmigo hoy son adultos que brillan. Y eso, más que cualquier premio, es mi mejor balance”, concluyó.